“En el arte de la marinería más sabe
el más simple marinero que el mayor
letrado del mundo” . CERVANTES
DON QUIJOTE DE LEPANTO
La mano izquierda, perdida por el soldado de marina en Lepanto, y la derecha, tan magistralmente usada por el autor del Quijote, son los miembros que no solo resaltan en el retrato de Cervantes, sino que se confunden a lo largo de su vida y obra literaria. El hombre de armas que forjó al escritor con la espada y el literato que inmortalizó a éste con la pluma, también se sumergen y entrelazan en la poesía y la novela de don Miguel, sobre todo en el “Ingenioso Hidalgo”, hasta el punto que, cuando nos adentramos en su lectura, “Manco de Lepanto” y “Quijote de la Mancha” bien pueden ser “Don Quijote de Lepanto” y el “Manco de la Mancha”. Y no es otra la tesis a desarrollar con éste trabajo, abundando en la numerosa obra que verá la luz con motivo del IV Centenario de la publicación del Quijote, que la tendente a resaltar las vivencias del autor en su contacto con la mar, y el traslado de las mismas al papel del vasto universo que la rodea tanto en tiempos de guerra como de paz.
El joven alcalaíno abraza la carrera militar hacia 1570, cuando sienta plaza de soldado en las tropas españolas residentes en Italia, dando él mismo las razones para tomar ésta decisión: “el ejercicio de la armas, aunque arma y dice bien a todos, principalmente asienta y dice mejor en los bien nacidos y de ilustre sangre”. Su primera acción de guerra fue probablemente el socorro de Chipre, atacada por los turcos, para lo que se reunieron en Otranto las naves españolas, mandadas por Andrea Doria, con las del Papa y las venecianas que tuvieron que regresar a Nápoles tras fallido intento. Al año siguiente se alista en la compañía de Diego de Urbina del tercio de Miguel de Moncada, embarcando en la galera Marquesa, para combatir, el 7 de octubre de 1571, en la batalla naval de Lepanto. En la que luchó valerosamente, pese a las fiebres que sufría, recibiendo dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda, que quedaría tullida para siempre. Adquiriendo a cambio el título de “El manco de Lepanto” con el que pasaría a la inmortalidad, pero quedando truncada su escalada en la carrera militar, a pesar de participar posteriormente en las campañas de Túnez, Ambarino, Corfú y La Goleta, y permanecer bastante tiempo en Mesina, Sicilia, Palermo y Nápoles, lo que le hizo tomar la decisión de regresar a España; partiendo de ésta última hacia Barcelona, con tan mala fortuna que, cerca de las costas catalanas, la nave en la que viajaba fue apresada por unos corsarios berberiscos que le conducen a Argel. Iniciándose un cautiverio de cinco años que se convierte en el capítulo mas calamitoso de su vida. En 1587 aparece instalado en Sevilla, donde obtiene el nombramiento de comisario de Abastos para la Gran Armada. Mejorando su horizonte al ser designado para el mismo cargo de comisario por Pedro Martínez de Isunza, proveedor general de las galeras de España. Relacionándose en su trabajo con pagadores de flota y bastimentos, lo que, desde un ángulo diferente, supone una nueva etapa de intensa relación con la actividad naval de la época.
Como hemos podido comprobar en este rápido repaso de la vida de don Miguel, una cuarta parte de su existencia, la que forjó su personalidad, transcurrió dentro de la esfera de las tareas marítimas de entonces, no tan estructuradas como lo están en la actualidad, cuando no existe duda del cometido de un marino mercante o uno de guerra, o entre lo que es un soldado de infantería y un infante de marina, lo que sí ocurría a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, época en la que la mayor parte de las naves iban artilladas y en la que el combate en tierra y mar consistía fundamentalmente en la lucha cuerpo a cuerpo, siendo Lepanto la última gran batalla dónde primó esta característica. Lo que viene a cuento por la controversia habida acerca de considerar o no a Cervantes como marino, tesis que ha tenido defensores a ultranza, como es el caso de Cesáreo Fernández Duro que dedicó al tema nada menos que un libro titulado “Cervantes marino”, y detractores como Pelayo Alcalá Galiano que, hace cien años en esta misma revista, mantuvo la opinión contraria con argumentos que, personalmente, considero tan meramente provocadores como si a Adán se le pusiese en tela de juicio su condición de ser humano al no figurar su partida de nacimiento en el Registro Civil. Marino es aquel profesional que trabaja a bordo de un barco, sea timonel, marmitón, fogonero o infante, como torero es aquél que faena en el ruedo, desde el monosabio al matador. Y a un señor que quedó manco en la “más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros...” no se le puede discutir su calidad de marino o infante de marina, porque entonces no se les distinguiera de la otra infantería por la doble raya roja del pantalón.
La obra de Miguel de Cervantes está impregnada de sus vivencias a bordo de los barcos y por el contacto con los hombres del mar, y no es fruto de la erudición del autor del Quijote, como remacha Alcalá Galiano: “No es suficiente prueba para calificarlo de marino, ni aún como entonces se estimaba esta profesión, el que empleara con propiedad frases y vocablos marineros, porque lo mismo ocurre a todo buen novelista, cuando trata de escribir sobre determinado asunto”. Ninguna de sus “Novelas ejemplares” o la “Galatea”, el “Quijote” o “Los trabajos de Persiles y Segismunda” tienen al mar como epicentro de su argumento, y sin embargo como vamos a ver, su recuerdo es una constante en la producción literaria del complutense.
Tan verdad es lo anteriormente manifestado, que el propio don Pelayo en el artículo publicado en la “Revista General de Marina” de Junio de 1905, es contundente al escribir que “Muy sabido es que Cervantes alude en diferentes lugares de sus obras a la parte activa que tomó en el combate. Además de la referencia que trae en su prólogo de las “Novelas ejemplares”, ya citado en este escrito, pone en boca del soldado cautivo en Lepanto estas palabras: << Si fuera en los romanos siglos pudiera esperar alguna naval corona>>; y no en forma alusiva, sino de modo directo en estos versos del “Viaje al Parnaso”:
“Del heroico don Juan la heroica hazaña,
donde con alta de soldados gloria
y con propio valor y airado pecho
tuve, aunque humilde, parte en la victoria”.
“Y más adelante, cuando hablando Mercurio con Cervantes le dice”:
“Que en fin has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso, cual lo muestra
la mano de que estas estropeado.
Bien sé que en la naval dura palestra
perdiste el movimiento de la mano
izquierda para gloria de la diestra”.
VIDA EN EL AGUA, MUERTE DE SED
En la última obra del gran escritor, “Persiles y Segismunda, empezada probablemente junto con la segunda parte del “Quijote” y acabada pocos días antes de morir, “puesto ya el pie puesto el estribo, con las ansias de la muerte...”, como dice en la dedicatoria al Conde de Lemos, Cervantes se apoya en una ficción marítima a lo largo de bastantes páginas. Se trata de un relato maravilloso que abre la vía de acceso a lo insólito, haciendo surgir un mundo desconcertante emergiéndo de los mares que bañan las islas nórdicas, en los que los navíos son presa de los bancos de hielo. Obra de la ancianidad de Cervantes, es un mosaico de recuerdos de sus lecturas y de su vida, en los que no faltan sus experiencias a bordo de las naves:
“ ... - ¿Qué has amigo Mauricio? ¡Quién nos ofende, o quién nos mata? ¿Todos los que en este navío vamos, no somos amigos? ¿No son todos los mas vasallos y criados míos? ¿El cielo no está claro y sereno, el mar tranquilo y blando, y el bajel, sin tocar en escollo ni bajío, no navega? ¿Hay alguna rémora que nos detenga? Pues si no hay nada desto, de qué temes, que ansí con tus sobresaltos nos atemorizas?”
“- No sé - replicó Mauricio -. Haz, señor, que bajen los buzanos a la sentina, que si no es sueño, a mí me parece que nos vamos anegando.”
“No hubo bien acabado esta razón, cuando cuatro o seis marineros se dejaron calar al fondo del navío y le requirieron todo, porque eran famosos buzanos, y no hallaron costura alguna por donde entrase agua al navío, y, vueltos a la cubierta dijeron que el navío iba sano y entero y que el agua de la sentina estaba turbia y hedionda, señal clara de que no entraba agua nueva en la nave...”
“...Atrevióse el mar insolente a pasearse por cima de la cubierta del navío, y aun a visitar las mas altas gavias, las cuales también ellas, casi como en venganza de su agravio, besaron las arenas de su profundidad. Finalmente, al parecer del día - si se puede llamar día el que no trae consigo claridad alguna -, la nave se estuvo queda y estancó sin moverse a parte alguna, que es uno de los peligros, fuera del de anegarse, que le puede suceder a un bajel; finalmente, combatida de un huracán furioso, como si la volviera con algún artificio, puso la gavia mayor en la hondura de las aguas y la quilla descubrió los cielos, quedando hecha sepultura de cuantos en ella estaban...”
El viernes 22 de abril de 1616, dos días después de que Cervantes dictara de un tirón el prólogo del “Persiles”, por ironías acerca del trasunto que estamos tratando, moría con una sed inextinguible, diagnosticada en ésta misma introducción de su obra por un “estudiante vestido de pardal” que en su encuentro de Esquivias le dice: “Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar océano que dulcemente se bebiese...”
NAVES DE ESTROFAS Y VERSOS
Otra vez es el mar protagonista en la obra de don Miguel cuando, a imitación de “Viaje al Parnaso” del poeta italiano Cesare Caporali, escribe “Viaje del Parnaso”. En ella desarrolla la misma alegoría: los malos poetas intentan asaltar las cumbres del Parnaso. Con tal motivo, por orden de Apolo, Mercurio emprende viaje a España en busca de los buenos poetas. Como su modelo, don Miguel nos cuenta una odisea burlesca: su ascensión del monte y su comparecencia ante Apolo, rodeado del coro de las Musas; pero con un tinte muy distinto del de Caporali que viaja montado sobre una mula; Cervantes prefiere las “ancas del destino” para “salir de su patria y de sí mismo”. Tras salir de Madrid toma camino a Cartagena con ocho maravedíes de queso y un candeal en sus alforjas:
“...Con esto, poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto:
a cuyo claro y sin igual renombre
se postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha navegado el hombre.
Arrojóse mi vista la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria
del heroico don Juan la heroica hazaña;
donde con alta de soldados gloria,
y con propio valor y airado pecho
tuve, aunque humilde, parte en la victoria...”.
Luego, en el puerto del Mediterráneo se embarca en una original galera hecha, nada menos que, de estrofas y de versos:
“...Yo, aunque pensé que todo era mentira,
entré con él en la galera hermosa
y vi lo que pensar en ello admira:
de la quilla a la gavia, ¡oh estraña cosa!,
toda de versos era fabricada,
sin que se entremetiese alguna prosa;
las ballesteras eran de ensalada
de glosas, todas hechas a la boda
de la que se llamó malmaridada;
era la chusma de romances toda,
gente atrevida, empero necesaria,
pues a todas acciones se acomoda:
la popa, de materia extraordinaria,
bastarda y de legítimos sonetos,
de labor peregrina en todo y varia;
eran dos valentísimos tercetos
los espaldares de la izquierda y diestra,
para dar boga larga muy perfectos..."
Guiado por Mercurio, debe ir en ayuda del parnaso, amenazado por un ejército de veinte mil poetastros, uniéndosele en su expedición un batallón de escritores, llega a Grecia después de haber costeado Italia:
“...Llenó del gran bajel el gran vacío
el gran Francisco de Rioja, al punto
que saltó de la nube en el navío.
A Cristóbal de Mesa vi allí junto
a los pies de Mercurio, dando fama
a Apolo, siendo dél propio trasumto.
A la gavia un grumete se encarama,
y dijo a voces: La ciudad se muestra
que Génova del dios Jano, se llama.
Déjese la ciudad a la siniestra
mano, dijo Mercurio; el bajel vaya,
y siga su derrota por la diestra...”.
Saludados por Apolo a su llegada a Grecia, los compañeros de Mercurio reciben una calurosa acogida. Sólo Cervantes es olvidado, y tiene que recordar sus servicios para que el dios le muestre algo de interés. Lo que se relaciona con la falta de dotes de don Miguel como poeta, que el mismo reconoce:
“Yo que siempre me afano y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
los dones que no quiso darme el cielo”.
Se presentan entonces los asaltantes cuyo ataque provoca una confusión pasajera, siendo rechazados a golpes de novelas, sátiras y sonetos. Rociado por Morfeo con un licor soporífero, nuestro héroe se duerme para despertar en Madrid, donde totalmente frustrado, tras más de mil tercetos, en los que continuamente han ido apareciendo, mares, navíos y tripulantes fantásticos, como un marino agotado tras un duro viaje concluye:
“Busqué mi antigua y lóbrega posada,
y arrojéme molido sobre el lecho;
que cansa, cuando es larga, una jornada”
POETA A SU PESAR
A pesar de la falta de dotes de Cervantes para la poesía, la producción poética cervantina ocupa un espacio considerable en el conjunto de su obra, y recorre como hemos visto desde sus inicios literarios hasta “Persiles”, aunque no siempre tuvo la inspiración adecuada, según hemos visto manifestado por él mismo en el “Viaje del Parnaso”. Mucho más logradas están las dos canciones dedicadas a “La Invencible”, nueva impronta de la mar en sus versos, todavía impregnados de imperialismo:
“Bate, Fama veloz, las prestas alas,
rompe del norte las cerradas nieblas,
aligera los pies, llega y destruye
el confuso rumor de nuevas malas
y con tu luz desparce las tinieblas
del crédito español, que de ti huye;
esta preñez concluye
en un parto dichoso que nos muestre
un fin alegre de la ilustre empresa,
cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,
ya en contienda naval, ya en la terrestre,
hasta que, con tus ojos y tus lenguas,
diciendo ajenas menguas,
de los hijos de España el valor cantes,
con que admires al cielo, al suelo espantes...”
“...¡Oh España, madre nuestra!,
ver que tus hijos vuelven a tu seno
dejando el mar de sus desgracias lleno,
pues no los vuelve la contraria diestra:
vuélvelos la borrasca incontrastable
del viento, mar, y el cielo que consiente
que se alce un poco la enemiga frente,
odiosa al cielo, al suelo detestable,
porque entonces es cierta la caída
cuando es soberbia y vana la subida...”
LA BATALLA QUE NO DEJÓ NI RASTRO
El teatro también fue cultivado frecuentemente por Cervantes: “desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”, declara don Quijote en ecos bastante evidentes de autor. “La batalla naval” está sin duda inspirada en Lepanto, pero no ha quedado ni rastro de su texto. El “Trato de Argel” es una tragicomedia de cautivos, ambientada en un trasfondo histórico y costumbrista de cuño autobiográfico, al igual que la comedia “El gallardo español” y “Los baños de Argel” que se nos presentan extraídos de la cantera histórica. Cautiverio y navíos siguen siendo una constante de inspiración en otro tipo de obras de la producción de don Miguel, como en el “Guzmán de Alfarache” un alter ego del autor que se convierte en forzado de galeras. También están presentes en pasajes de “Rinconete y Cortadillo”, como cuando los pícaros se van a pasear por las orillas del Guadalquivir: “porque era tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras, cuya vista les hizo suspirar y aun temer el día que sus culpas les habían de traer a morar en ellas de por vida”.
Apenas hay obra en la que el alcalaíno se refiera a los peligros, incomodidades y privaciones que se padecen en la mar, así como los hábitos y pesadillas de sus gentes. Aparte de las comentadas, en “El amante liberal” y “La española inglesa” las principales escenas ocurren en el océano. La situación de las galeotas turcas que roban a Leonisa, ensacadas en la isla de Pantelaria bajo temporal; las maniobras que ejecutan con desesperado esfuerzo para montar una punta a barlovento; la pérdida de una de ellas en la playa, mientras la otra logra su objeto y toma abrigo, están descritas como solo puede hacerlo un hombre de mar. En el resto de “ Novelas Ejemplares” abundan las frases y conceptos marineros. En una época en la que los españoles vivían mas de espaldas al mar que hoy -si ello fuera posible-, nuestro “Príncipe de los Ingenios” tan pronto examina el Mediterráneo “parecíéndole espaciosísimo y harto mas grande que las lagunas de Ruidera”, como se refiere al bajel “dando los remos al segado mar y las velas al sosegado viento”, o bien levantándose sobre las nubes unas veces y barriendo con la gavia las arenas del mar profundo otras, refiriéndose siempre sin una frase de amargura que recuerde lo que hubo de padecer, y por el contrario rezuma la satisfacción cuando describe situaciones que solo podía imaginar un marino.
EL MANCO DE LA MANCHA
“Don Quijote de la Mancha” nos ofrece un verdadero retablo de lo que era la sociedad española de la época de Felipe II y Felipe III, con sus nobles, hidalgos, arrieros, venteros o campesinos; y a pesar de que la mayor parte de la misma transcurre en las tierras secas del interior español, de cincuenta y dos capítulos que tiene la primera parte, once contienen frases, sentencias o descripciones marítimas, y de setenta que tiene la parte segunda, hay doce en el mismo caso. Cabalgando con don Alonso Quijano por cualquier lugar de la Mancha, aunque no recordase su nombre, encuentra la ocasión propicia para engarzar la acción con el lejano mar. Así tenemos que tan pronto hace aparecer en la obra una cuerda de galeotes, gentes forzadas a remar en las galeras, como pone en boca de su interprete un prolijo discurso pronunciado en una venta sobre “Las Armas y las Letras”, en el que narra, de forma excelente, un conocido pasaje de la batalla de Lepanto: “...Y si éste parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja al de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que le concede dos pies de tabla de espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante tantos ministros de la muerte que le amenazan, cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies irá a visitar los profundos senos de Neptuno; y con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que es mas de admirar: que apenas uno ha caído no se podrá levantar hasta el fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar, y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra”.
En este discurso, Cervantes azuza la secular disputa entre “las armas y las letras”, en la que Don Quijote dirige duras palabras a la artillería, a la que considera culpable del fin de la caballería andante: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención...”. Pero el fondo del mismo es la controversia entre los que ejercen la profesión de soldado y la de letrado, litigio que, según versos de Vicente Espinel, tiene compleja solución:
“Siempre puso la docta gente antigua
Entre las letras y armas competencia,
Y en opinión está, y no se averigua,
Qual tiene de las dos más excelencia”.
Acabado el discurso, comienza la historia de un cautivo que tiene como telón de fondo la lucha de los países aliados contra los turcos. Se trata de un padre que envía al mundo a sus tres hijos para que elijan carrera entre las letras, el comercio y las armas. La vida del que elige esta última profesión semeja a la de Cervantes: en Lepanto, dice, “salté a la galera contraria, la cual desviándose de la que había embestido, estorbó que mis soldados me siguiesen, y así, me hallé solo entre mis enemigos, a quién no pude resistir por ser tantos; en fin me rindieron lleno de heridas”. Tanto es así que, en la misma, aparece un personaje que incluso lleva su segundo apellido: “Sólo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra...”.
SEGUIDOR DE PTOLOMEO
Se inicia la “Segunda Parte del Quijote” con una alegoría abierta al mar, mediante una visita que el cura y el barbero hacen al hidalgo enfermo. Durante la charla que mantienen, se entabla una disputa en la que sale a relucir nuevamente la locura del caballero de la Mancha que, contradiciendo al barbero que cuenta un relato de un perturbado afirmando ser Júpiter, dice encarnar a Neptuno, el padre y dios de todas las aguas. Y cuando la visita se ausenta, asiente no ser la deidad, a la vez que medita sobre lo que fue la caballería andante, de la que ya no quedan miembros como los de antaño:”...ya no hay ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y desde allí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla mil y una leguas distante del lugar donde se embarcó, y saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos sino en bronces”.
En la famosa aventura del barco encantado, cuando llegan al Ebro, don Quijote imagina que una barca vacía es una invitación a socorrer a un caballero que anda en apuros. “Y dando un salto en él, siguiéndole Sancho, cortó el cordel, y el barco se fue apartando poco a poco de la ribera; y cuando Sancho se vio obra de dos varas dentro del río, comenzó a temblar, temiendo su perdición...”. Una vez a bordo, en el transcurso de la aventura, en la que entran en juego otro tipo de molinos, los de agua, Cervantes hace gala de su erudición en temas astronómicos. Así, se refiere al cómputo del cosmógrafo Ptolomeo para dar cuenta a Sancho de lo que han navegado por el río: “Por Dios - dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo. Rióse don Quijote de la interpretación que Sancho había dado al nombre y al cómputo y cuenta del cosmógrafo Ptolomeo, y díjole: Sabrás Sancho que los españoles y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho es que todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro, y así, puedes Sancho, pasear una mano por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda; y si no, pasado habemos”. Y ante el escepticismo del escudero le insiste: “Haz, Sancho, la averiguación que te dicho, y no te cures de otra; que tú no sabes que cosas sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, eclíticas, polos, solsticios, equinoccios, planetas, signos, puntos, medidas de que se compone la esfera terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto, y qué de imagines hemos dejado atrás y vamos dejando ahora. Y tórnote a decir que te tientes y pesques; que para mí tengo que estás más limpio que un pliego de papel liso y blanco.”
DE LA CERCANA RUIDERA AL LEJANO MEDITERRÁNEO
Los últimos capítulos de la novela son muy distintos a los anteriores, y en sus páginas nuestro personaje tiene su auténtico encuentro con el mar, de la mano de un personaje tomado de la realidad como es el bandolero catalán Roque Guinart, que tiene la gentileza de acompañar a caballero y escudero a las playas de Barcelona en donde, al narrar el descubrimiento del Mediterráneo por los castellanos, a don Miguel le fallan la grandilocuencia e imaginación, habitualmente puestas en boca de sus personajes: “Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera que en la Mancha habían visto”. Cervantes encadena esta sosa semblanza con la vista que tienen de las naves, cuya presencia es constante en toda su obra, y en cuya descripción, por el contrario, se recrea:” vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua: dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos. Comenzaron a moverse y a hacer a modo de escaramuza por las sosegadas aguas, correspondiéndoles casi al mismo modo infinitos caballeros que de la ciudad sobre hermosos caballos y con vistosas libreas salían. Los soldados de las galeras disparaban infinita artillería, a quien respondían los que estaban en las murallas y fuertes de la ciudad, y la artillería gruesa con espantoso estruendo rompía los vientos, a quien respondían los cañones de crujía de las galeras. El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, solo tal vez turbio del humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes. No podía imaginar Sancho cómo pudiesen tener tantos pies aquellos bultos que por el mar se movían.”
El soldado de Lepanto no podía desaprovechar la ocasión para mostrar con su pluma el interior de las naves, a bordo de las que pasó una parte importante de su vida, a la vez que le marcó para el resto de su existencia. Así hace que don Quijote y Sancho visiten una de las galeras antes divisadas, a bordo de la que transcurre un nuevo episodio, cuya figura central es un bergantín argelino en el que una dama penetra en el puerto barcelonés disfrazada de arraez moro: “El Cuatralbo, que estaba avisado de su buena venida, por ver a los dos tan famosos don Quijote y Sancho, apenas llegaron a la marina, cuando todas las galeras abatieron tienda y sonaron las chirimías; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos tapetes y de almohadas de terciopelo carmesí, y en poniendo que puso los pies en él don Quijote, disparó la capitana el cañón de crujía, y las otras galeras hicieron lo mesmo, y al subir don Quijote por la escala derecha, toda la chusma le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera, diciendo “¡Hu,hu,hu! tres veces...”. “...Entraron todos en la popa, que estaba muy bien aderezada, y sentáronse por los bandines; pasóse el cómitre en crujía, y dio señal con el pito que la chusma hiciese fuera ropa, que se hizo en un instante. Sancho que vio tanta gente en cueros, quedó pasmado, y más cuando vio hacer tienda con tanta priesa, que a él le pareció que todos los diablos andaban por allí trabajando...”. “...Hizo señal el cómitre que zarpasen el ferro, y saltando en mitad de la crujía con el corbacho o rebenque, comenzó a mosquear las espaldas de la chusma y a largarse poco a poco a la mar...”. “...Apretó la chusma los remos, impeliendo las galeras con tanta furia que parecía que volaban. Las que salían a la mar, a obra de dos millas descubrieron un bajel, que con la vista le marcaron por de hasta catorce o quince bancos, y así era la verdad; el cual bajel, cuando descubrió las galeras se puso en caza, con intención y esperanza de escaparse por su ligereza; pero avínole mal, porque la galera capitana era de los más ligeros bajeles que en la mar navegaban...”.”...Pasó la galera un buen trecho; los del bajel se vieron perdidos, hicieron vela en tanto que la galera volvía, y de nuevo, a vela y a remo, se pusieron en caza; pero no les aprovechó su diligencia tanto como les dañó su atrevimiento; porque alcanzándoles la capitana a poco más de media milla, les echó la palamenta encima y los cogió vivos a todos...”
PRELUDIO FINAL CON DECORADO MARÍTIMO
Cervantes, una vez finalizada la escaramuza naval, mantiene el escenario del litoral Mediterráneo para escribir el preludio final del libro, haciendo coincidir en la playa barcelonesa la crisis del Ingenioso Hidalgo, la de su utopía y la de la novela heroica. Sansón Carrasco, oculto bajo la identidad del caballero de la Blanca Luna consigue, con su victoria tras el duelo mantenido sobre la arena marina, que don Quijote acepte sus condiciones y vuelva a su hogar. Llegamos a una de las escenas más patéticas e impresionantes, en que las palabras del caballero andante, por una vez ausentes de arcaísmos, sin la máscara del lenguaje libresco, nos revelan como han sido de veras sus últimas experiencias caballerescas. “Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído, y dijo: ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas: aquí, finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!”.
Pero la ventura de autor y personaje no solo no cayeron, sino que hace cuatrocientos años, a partir de la publicación de “Don Quijote de la Mancha”, se elevaron muy alto. Ya Sancho lo había profetizado: “antes de mucho tiempo no ha de haber bodegón, venta ni mesón o tienda de barbero donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas”. Y pintado también apareció el nombre de su creador en las aletas y amuras del que fue en su época el mayor y mejor barco de nuestra Armada: el crucero Miguel de Cervantes; como también navegan en la actualidad con el nombre de Don Quijote y de Cervantes varios buques mercantes españoles y extranjeros. Por tanto, desde que el emblemático navío causó baja en 1964, y hasta que su nombre reaparezca en alguna de sus modernas naves, la Marina de Guerra española tiene una deuda pendiente con su valeroso infante de Lepanto y coronel del Cuerpo de Inválidos por la Patria.